Te estábamos esperando.
Sí, a ti, que, posiblemente, llevas tiempo sintiendo que ya está bien de comerte mierdas (o de no comerte un colín) y estás dispuesta a arremangarte y entrar en tu fango particular. Porque sabes que te mereces una vida de puta madre y no vas a ser tú quien te lo impida. ¡Faltaría más!
Por cierto, soy Silvia. Mi padre no es tan malhablado.
Primero de todo, quiero contarte una historia.
Empecemos por el final.
Una frase.
Esta:
«Siento mucho haberte hecho creer que me importabas algo, porque en realidad no me importas nada»
Qué bonita frase, ¿no?
Para ponerla en el contexto, primero tengo que presentarte al lumbreras que la soltó y debo contarte el momento vital en el que estaba.
Estaba yo viviendo en Suiza a los ventimuchos y tenía ganas de encontrar pareja y compartir mis aventuras con alguien interesante, pero se me estaba resistiendo un poco el asunto.
Llevaba ya un par de años de citas que no llegaban a nada y cuando conocí a Félix en Tinder, me pareció un tío con mucho mundo. Se había pegado un viajazo por África solo con su moto y tenía muchas historias que contar. Eso me encantó.
En nuestra primera cita, me llevó a un concierto en un bar con encanto y recuerdo que pensé: «una historia que empieza con una primera cita tan chula, tiene que llegar a algún lado».
Como puedes comprobar, aún no era la Psicóloga del Amor, ni tenía puta idea de nada.
Bueno, pues empezamos a salir y todo iba bien.
Pasé por alto algunas banderas rojas, como que nunca me invitó a su casa o me presentó a nadie de su entorno. En 3 meses.
Pero bueno, «tiempo al tiempo», me decía yo.
Los miércoles, él venía en tren a mi ciudad (había casi 1h de trayecto) y pasaba la noche en mi casa. Los findes, quedábamos también en mi ciudad y hacíamos planes bastante chulos. A veces le decía que yo podía ir a su ciudad también, pero él, caballeroso, comentaba que no hacía falta, que no le importaba ser él quien se desplazara.
Un miércoles recuerdo que estaba al teléfono con mi padre y yo fui a recoger a Félix a la estación de tren y le di un pico mientras le hacía señas, como diciendo, un segundo que ahora termino.
Me miró con una cara un poco rara, pero no le presté atención.
Caminamos hacia la parada de tranvía, que estaba a un minuto, más o menos, mientras le colgaba el teléfono a mi padre.
Me fijé en que el tram iba a llegar en 1 minuto y pensé «oye, mira qué bien, llegar y besar el santo».
Me giro hacia él y tenemos esta conversación:
Silvia: Hola, perdona, que justo me acababa de llamar mi padre. ¿Qué tal?
Félix: Bien. Oye, ¿no crees que no tenemos nada en común?
(Mi cara fue de: WHAT THE FUCK?¿?¿?¿?¿?¿)
Tragué saliva y le contesté.
Silvia: yo creo que tenemos bastantes cosas en común, no sé.
Félix: pues yo creo que no. Mejor lo dejamos.
(Mi cara ya era de cuadro total).
Félix: ¿Quieres preguntarme algo?
(¡¿Qué te voy a preguntar, hijo del mal, si no entiendo una mierda?!)
Silvia: Creo que no.
Félix: Vale, pues adiós.
Silvia: adiós.
Y se fue.
No hubo ni un abrazo de despedida. Nada.
Tampoco sé si cogió un tren de vuelta a su casa o si había hecho planes en mi ciudad con algún amigo, sabiendo que me iba a plantar en cuanto llegara.
Justo cuando lo perdí de vista, llegó el tranvía.
«Joder, este tío acaba de ganar el récord de velocidad en dejar a alguien» – recuerdo que pensé.
Me monté en el tram y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a llorar allí en medio. ¿Qué cojones acababa de pasar? Si habíamos quedado para pasar la noche juntos. Mi cabeza no entendía nada.
Llegué a casa y seguía en shock. Pero después de llorar un rato, de cagarme en todo y preguntarme por qué me tienen que pasar estas cosas, empecé a darle vueltas al asunto y me di cuenta de que él no era el tipo de persona que yo quería a mi lado. Y si él no quería estar conmigo, pues yo tampoco quería estar con él.
No te creas que llegué a esa conclusión porque me importaba todo una mierda o porque no me gustara él. Es que llevaba ya un recorrido considerable de tontos del higo y había llegado a mi tope.
Como buena samaritana que soy, le escribí un mensaje (que no merecía, pero bueno, yo creí que me sentiría mejor mandándolo).
«Hola Félix, siento mucho no haberte respondido nada hoy. Realmente me quedé en shock, pero si tú no quieres continuar, entonces lo entiendo y te deseo lo mejor. Gracias por estos meses».
Adivina qué me respondió.
Sí, ESE mensaje. El más despiadado que he recibido en mi vida. Te lo vuelvo a escribir, por si te habías olvidado del nivel de carroña que manejaba el colega.
«Siento mucho haberte hecho creer que me importabas algo, porque en realidad no me importas nada»
No me lo podía creer.
O sea, me acababa de dejar en 1 minuto en la parada del tranvía y luego tenía los santos cojones de clavarme este cuchillo.
Aquí ya me rompí del todo.
Y cuando me rompo del todo, solo hay una posible salida: llamar a mi padre.
Papa: ¡Hola! ¿No estabas con Félix?
Silvia: jljfhfdkd hfkskerbfd bjvfsjkdsfjk sdkdejf (palabras indescifrables porque estaba llorando como una magdalena).
Papa: ¿En qué idioma me estás hablando? ¿En Klingon?
Silvia: No…
Papa: A ver, cuéntame, qué ha hecho este tonto del higo. (Sí, lo de tonto del higo viene de ahí).
Se lo conté todo con pelos y señales. Cuando terminé el triste relato, me dijo:
Papa: Pues me sabe muy mal por Félix.
Silvia: ¿Cómo que por Félix? ¿Te sabrá mal por mí, no?
Papa: No, por él. El pobre tiene tal cantidad de mierda dentro, que cuando abre la boca solo le sale eso.
Y así fue como me dio la vuelta a todo lo que yo me estaba planteando. Porque estaba empezando a culpabilizarme, a preguntarme qué había hecho mal, por qué valía tan poco para que alguien me respondiera así, cuando yo solo intentaba ser amable.
Cuando empecé a repasar todo lo que sabía de este chico, me di cuenta de algo.
Era una persona atormentada. Estaba siempre como medio triste. Era muy pesimista. Se llevaba mal con toda su familia (al nivel de decir «me importan todos una mierda»). No parecía que tuviera amigos de verdad. No tenía aspiraciones reales. Nada le hacía ilusión. Solo estaba sobreviviendo.
Y sentí pena por él. Y compasión.
Y me alegré de que no me hubiera dado la oportunidad de ponerme en el papel de salvadora.
Esa conversación con mi padre, hizo que me replanteara mis elecciones. Mis motivaciones. Que me preguntara qué buscaba de verdad en una pareja.
Esa conversación cambió mi vida amorosa para siempre.
Porque nunca más volví a salir con nadie que no me llenara de verdad.
¿Me metí hostias después de ese chico? Algunas. Pero te aseguro que fue con personas a las que admiraba profundamente y me encantaban.
Algo es algo, Mari Carmen.
Y, ahora viene lo mejor de todo.
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Un besazo,
Silvia